Ljubljana, 2007. «Padre, ¿crees que estoy preparado para esto?» «Hijo, tú pruebas, si te sientes cómodo sigues y sino te vas. Confía en ti mismo y todo saldrá bien». Sasa Doncic había firmado tiempo atrás con el Union Olimpija para jugar en la liga de Eslovenia. Ahora estaba de la mano de su hijo Luka rumbo a un entrenamiento de formativas. «Hola Luka, bienvenido, te estábamos esperando», dijo Grega Brezovec, entrenador de la cantera del equipo. «Anda Luka, muestra lo que tienes», agregó Sasa.
La prueba de aquel jovencito duró solo algunos minutos. Los entrenadores, incrédulos, se observaban entre sí. Sasa trataba de mantener la compostura por lo que ocurría sobre esa pista. Era un abuso despiadado, una diferencia de talento y ejecución tan grande, tan absurda, que más que enaltecer a Luka estaba dejando en ridículo al resto de los chicos. La pelota era un chicle en sus manos, su manejo era tan impropio para un chico de ocho años que costaba entender cómo lo hacía. «¿Dónde dices que ha jugado tu hijo?», preguntó Brezovec. «En el club de su escuela, Mirana Jarca», dijo Sasa. «Increíble. Absolutamente increíble». De inmediato, los entrenadores detuvieron el partido y lo enviaron a jugar con los chicos categoría 1996. Es decir, un niño de ocho años con los de once. El mundo aún no sabía nada acerca de Luka Doncic. Lo mejor, entonces, estaba por venir.
DONCIC SE PREPARA para ser el mejor jugador extranjero que alguna vez haya pisado una cancha de NBA. «Cuando entro en la pista se me olvida todo», dice Doncic, quien habla cuatro idiomas (esloveno, serbio, inglés y español) pero por sobre todas las cosas anticipa como nadie el lenguaje del básquetbol. Es un Babel en sí mismo: interpreta todo un segundo antes que los demás, detecta ángulos inexplorados, ventajas escondidas, situaciones que son un secreto para el resto de los mortales. Y todo a velocidad crucero, básquetbol de la desaceleración en su máxima expresión. Doncic es, además, un camaleón del básquetbol moderno. Capaz de adaptarse sin problemas a la estructura que toque. Un claro ejemplo es su llegada a Real Madrid: arribó con solo 13 años tras cinco en el Olimpija natal. «No fue fácil que abandonara su casa a los 13 años, solo, sin familia, sin amigos, a una ciudad en la que no conocía a nadie. Casi nadie hablaba inglés y fue muy duro para él», recuerda su madre Mirjam Poterbin en una entrevista concedida a Eurohoops.
Sin embargo, nada de eso importó demasiado. El básquetbol era su vida y el acuerdo por cinco temporadas firmado en septiembre 2012 con la escuela blanca garantizaba aprendizaje y competencia de alto nivel a edades tempranas. Los pasillos del club blanco, acostumbrados a albergar estrellas de jerarquía, empezaron a desnudar susurros sobre las artes de un pequeño genio en crecimiento. Partido a partido se sumaba más gente en las tribunas para ver a la esperanza eslovena. Y fue así que Doncic alcanzó todos los méritos posibles en su etapa de formación: como destaca el sitio oficial de los Dallas Mavericks, fue campeón del Torneo Infantil Ciutat de l’Hospitalet, la Minicopa del Rey de Vitoria-Gasteiz 2013, Torneo Internacional Cadete de Budapest (JMV pese a ser infantil), Campeonatos de España Infantil de Selecciones Autonómicas (con la selección de Madrid), Campeonatos de España por clubes, Torneo EA7 Emporio Armani, Euroleague Basketball Next Generation Tournament. Y más.
Debutó con solo 16 años en el primer equipo de Real Madrid y se convirtió en el talento blanco más joven de la historia en pisar una cancha de básquetbol. La primera anotación de Doncic, a las órdenes de Pablo Laso, sería un anticipo de lo que llegaría después: Sergio Rodríguez, Chacho, lo encontró en una esquina detrás de la línea de 6.75 metros. El primer balón que tocaron sus manos fue un triple, acompañado de una sonrisa y una explosión generalizada de público y compañeros. Nada parecía importarle a esta mente de acero en formación. Ni el entorno, ni el rival, ni lo que significaba jugar ahí. Estaba en trance. Algo era claro: ya nadie podría detener al Chico Maravilla de Ljubliana.
CON SOLO 19 AÑOS, Doncic ya era campeón del EuroBasket y parte del quinteto ideal del torneo. Emigró a la NBA con los trofeos de Euroliga, liga ACB y fue el MVP de ambas competencias. Un extraterrestre. Aún así, vaya ridiculez, los expertos de Draft en Estados Unidos no se deshacían en elogios. Peor aún, tenían dudas por su «falta de atleticismo». Algunos incluso llegaron a decir que no iba a tener lo suficiente para jugar en la NBA y anticiparon un fiasco que jamás sucedió. A veces pasan cosas malas cuando se sacan conclusiones sin ver jugar a los prospectos.
El ascenso de Doncic en los Mavericks fue vertiginoso y enriquecedor. Pagar la entrada para ver a Luka se convirtió en un clásico de los fanáticos a lo largo y ancho de Estados Unidos. Luka Magic, Wonderboy, HalleLuka, todos los apodos fueron válidos y posibles. Su adaptación fue siempre con el balón en sus manos y llevó la posición de point forward a límites insospechados: a paso de tortuga edificó su propio Aleph: espió desde la boca de la cerradura situaciones de juego que nadie siquiera imaginó.
Doncic, flautista de Hamelin en la NBA, hizo que todos bailen a su ritmo. Con movimientos hipnóticos aprovechó la velocidad de los demás para ejercer su propio control corporal. El hombre triple amenaza: desde el pique, con el tiro y con el pase. Más allá de sus conquistas, en lo que siempre fue distinto al común de los mortales, fue en la asimilación de conceptos: nadie llegó tan rápido a comprender las infinitas aristas del juego, la génesis intrínseca de este deporte, como lo hizo Luka. Nunca llegó a ser el chico de los recados que suma responsabilidades; fue gerente desde el primer día de trabajo, un jovencito cargado de talento capaz de asimilar los secretos desde la praxis pura. Lo que a otros le duró años, a Doncic le costó días. Nunca necesitó horas de vuelo, solo requirió segundos. La adaptación al entorno nunca existió en su diccionario, y eso es lo que entendió la gerencia de Dallas en 2008 cuando lo drafteó: ¿Para qué esperar si el futuro ya está construido?
El ilusionista de la desaceleración cautiva por lo diferente. Es la contraindicación a un sistema de vértigo que promueve el ritmo frenético, la ejecución vertical como método único para el éxito. Luka es un virus dentro de la Matrix que obliga a todos a ir más despacio. Un Harry Houdini desplegando sus artes entre brazos y piernas que ofician de cadenas. Su juego es una invitación al disfrute de otro tipo de experiencia, más vinculada a lo artístico, a lo artesanal. Un Groucho Marx deportivo: «Estas son mis reglas y si no te gustan, puedo cambiarlas».
Esquivar, encontrar ángulos y superar obstáculos no son otra cosa que una invitación a la libertad. A la esencia del disfrute. Su movimiento de caderas confunde a los rivales y le permite construir huecos, tanto para anotar como para asistir. Son movimientos de centímetros, no de metros. Si otros hacen zancadas, él hace pequeños pasos para alcanzar la meta. Su visión y creatividad desde el eje, además, lo colocan como un armador natural con 2.01 metros de estatura, siendo un mismatchup (emparejamiento desigual) sin necesidad de un primer bloqueo. Sumemos a eso su capacidad para jugar de espaldas y lanzar con paso en retirada, y tendremos el combo completo.
Luka por momentos camina la cancha, observa a los laterales y sonríe. Logra una empatía especial con el público por la fluidez de sus movimientos inverosímiles. Un jugador de otra época sumergido en la era de redes sociales. La reencarnación de Magic Johnson procedente de tierras balcánicas. La mente contra los músculos tensos, el básquetbol de ras de suelo contra el que pretende marcar el paso en las nubes. El más joven moviéndose como el más viejo. Es esa pausa desgastante la que enamora, lo que suma aficionados y defensores de oficio para sus artes. Destruir la cultura del «todo igual» y escapar de una buena vez de la rigidez del manual de procedimientos.
Doncic va camino a ser el mejor extranjero de todos los tiempos en la NBA. Por lo que hace él, señor triple-doble, y porque los equipos que lo tienen como líder son mejores con su despliegue de habilidades. Llevó a Eslovenia a luchar por un Juego Olímpico en Tokio 2021 tras clasificar entre poderosísimos competidores, y promete ahora dar un nuevo despegue en la temporada que comienza con Dallas Mavericks.
Con solo 22 años de edad, Doncic es uno de los grandes candidatos al premio a Jugador Más Valioso de la NBA. ¿Tan rápido? Con Doncic, nunca nada es demasiado rápido. Creativo, ingenioso, divertido, el prodigio de Ljubljana va por más.
ESPN