La necesidad e insistencia de las autoridades eclesiásticas y civiles de la Nueva España por establecer una entidad educativa que formara a sus hijos como funcionarios del Estado imperial, originó el establecimiento de la Real y Pontificia Universidad de México.
El 21 de septiembre de 1551 la corona española concedió la fundación de la Universidad de México por cédula real, recuerda la investigadora del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, de la UNAM, Clara Inés Ramírez González.
En entrevista, la especialista en Historia de las universidades y de la cultura hispánica durante la época moderna, apunta: fue hasta el 25 de enero de 1553 que el virrey Luis de Velasco ejecutó la Real Cédula otorgada por Felipe II, en nombre de Carlos V, para la apertura de esa institución educativa, considerada antecesora de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Con motivo de los 471 años de ese hecho histórico, la universitaria rememora que tres décadas después de la caída de Tenochtitlan (1521) la capital de la civilización mexicana, el rey firmó cédulas en la Península para la fundación de una universidad.
“La corona propició que vinieran familias completas a la Nueva España, entonces decían que no querían que llegaran hombres solos al territorio conquistado. Si eran solteros, buscaban que acá se casaran. Ello significó que la colonización española apoyó el proceso de población de un territorio ganado por la fuerza”.
Ramírez González precisa que la Real y Pontificia Universidad de México tuvo un papel fundamental en ese proceso de asentar una población que venía, en principio, con la idea de conseguir dinero y mejorar su situación, porque en la Península Ibérica había zonas muy pobres, como Extremadura o Cádiz, de donde llegó la mayoría de los primeros españoles a México.
Los pobladores pidieron a la corona las cosas que creían necesitar, entre ellas la universidad, pues consideraban que requerían un lugar donde sus hijos se formarán para acceder a cargos públicos, indica.